Entrevista de Gemma Bruna , biógrafa de Memorias Ediciones, dentro de su BLOG: «De pequeña»

Nadie diría que vive en la calle Portaferrissa , siempre lleno de peatones que entran y salen de tiendas de las grandes cadenas de moda , ni que desde el balcón de su estudio, donde también trabaja , se escuchan las campanas de la iglesia del Pi y de la catedral de Barcelona . Estas son las interioridades que sólo conocen los que viven en los pisos amplios de la parte más antigua de Barcelona.

Sede en una mesa lateral, delante de una pared llena de recuerdos y anotaciones. Este es su rincón particular, desde donde teclea el ordenador, responde correos y trabajo pendiente, está al acecho de la llegada del hijo y también encuentra sus momentos de calma, para escribir. Y lo hace en la misma posición de aquella mujer de la fotografía en blanco y negro, con cabello recogido, mirada fija y faldas por debajo de la rodilla, sentada ante un escritorio de la casa que su familia todavía mantiene en Camprodon.

«Es mi abuela, Maria Rosa Martí -explica, mientras se sienta en el sofá que le hace de salita- , una mujer con un corazón grande, que en sus inicios fue más dura, pero que poco a poco fue enterneciendo hasta meterse todos sus nietos en el bolsillo: tenía siempre las puertas de su casa abiertas e ir a casa era siempre una fiesta”.

 

 

 

 

 

 

Comparte con ella el gran poder creativo, su sentido artístico y el impulso de abrir nuevos horizontes. «Ella era una mujer plenamente entregada a la familia: para ella sus hijos, su marido y sus nietos eran lo más importante. Hija de Reus y casada con un industrial textil de Vilassar de Mar , vivía en un piso de 500 metros situado en la calle Diagonal con Lauria que tenía tres chimeneas , dos terrazas , tres altillos y una capilla «, explica.

 

Espadas de papel con el diario La Vanguardia

Ella, muy pequeña, junto con sus hermanos y sus primos iba con frecuencia a casa de los abuelos. “La abuela, que tenía 24 nietos, nos hacía unos sombreros de papel de periódico y con ediciones pasadas de La Vanguardia nos construía unas espadas en largas porque jugásemos “.

Los veranos de la infancia son, para muchos, la muestra de la libertad en mayúsculas. También lo era para ella y sus hermanos, sobre todo cuando los padres los enviaban con los abuelos en la casa de Camprodon. Jugaban durante todo el día, hacían cabañas y el 30 de agosto, día de su Santo, celebraban una gran fiesta con globos de fuego que se elevaban por el cielo.

La abuela y ella compartían también el interés para la reflexión, la observación del entorno y la adicción por la lectura. Un día, con 12 años de edad, cuando la acompañaba a la iglesia, la abuela la invitó a entrar, pero ella decidió quedarse fuera. «¿Por qué vas a misa, abuela?” – Le preguntó – . “Sigo mi conciencia » – le respondió ella.

«Por primera vez escuché aquella palabra y le pregunté por su significado: Todo lo que te haga sentir mal, todo lo que no puedas digerir, va contra tu conciencia, me contestó» . La Rosa se levanta del sofá para ir a buscar una de las últimas fotos que tiene de la abuela, ya de más grande pero con el mismo rictus de elegancia que le había distinguido siempre.

El amor para escribir, la curiosidad por lo que la rodea y la capacidad para analizar, fijarse en los pequeños detalles y comprender el momento. Estas son algunas de las cualidades, que quizá ella heredó de su abuela, pero que finalmente la decantaron por dedicarse al periodismo. “Me hice periodista porque me encantaba escribir”, contesta tácitamente, sin margen para vacilaciones.

Se acercó a la escritura desde la creatividad de las vanguardias poéticas y desde los versos que elaboraba, con sólo 10 años. Empezó haciendo filología e inició su carrera como periodista, primero en Televisión Española, haciendo noticias culturales y documentales y, posteriormente, se adentró de la mano de María Ripoll en el guion cinematográfico, buscando siempre la frase eficaz y el adjetivo preciso.

Como periodista ha probado casi de todo: el mundo de la comunicación por encargo, el ámbito de la docencia, la elaboración de documentales… Hasta que llegó un día, hace pocos años, que decidió hacer lo que está haciendo: montar su propia editorial desde donde elaborar libros de memorias y biografías por encargo, de personas » normales y corrientes”.

 

Escribiendo recuerdos de vida

«Me fascina hablar con la gente: pasar una tarde con una señora de 85 años que me invita a un té, que me explique su historia de vida y poder vivir de ello! Me hace feliz y me siento libre “, resume la directora de Memoria Ediciones, que ha convertido el escritorio de su casa con el punto de conexión de su pequeña empresa y de todos los que colaboran con este proyecto.

 

“Cuéntenos su historia y la convertiremos en un libro bien escrito”, reza uno de los eslóganes de publicidad de la empresa, impresa sobre una imagen donde se percibe la figura, en blanco y negro, de una chica de unos veinte años de edad, de mirada fija, faldas por debajo de la rodilla, sentada ante un escritorio situado cerca de un balcón de cortinas blancas. Es su abuela María Rosa.