Libro de memorias de Khaldoun Abujaber "Mi vida, un contínuo empezar" editado por Memorias Ediciones

Khaldoun Abujaber

Mi vida, un contínuo empezar

Con disciplina, tenacidad, constancia y un objetivo claro, cualquier meta es posible.
Khaldoun Abujaber

 

ME LLAMO ABUJABER

Soy un jordano auténtico, de los de antes. Llevar el apellido Abujaber supone para mí un orgullo, porque la gloria de mis antepasados ha trascendido cientos de años hasta nuestros días, y por mis venas corre sangre de notables líderes que engrandecieron el destino de Jordania, llevando la modernidad y conservando, a un tiempo, nuestras más valiosas tradiciones. Pero implica también el compromiso de mantener el buen nombre de mis ancestros y la responsabilidad de traspasarlo en toda su grandeza a las siguientes generaciones conduciéndonos con rectitud para que nada manche el valioso tesoro que heredamos al nacer.

MI INFANCIA EN UN CASTILLO

La mayor parte de la extensa superficie de Yadudeh pertenece aún a los actuales descendientes de los Abujaber, quienes continúan manteniendo como legado de sus antepasados el histórico castillo que en su día les sirvió de casa, y junto al que construyeron una posada para recibir a sus huéspedes, algunos de ellos tan ilustres como la viajera, escritora, diplomática y arqueóloga inglesa Gertrude Bell. En uno de sus viajes escribió –y así lo recoge Janet Wallach en su biografía La reina del desierto–, que a finales de 1914 partió de Jordania rumbo a Nejd, en Arabia Saudí, “se marchó de Ammán y cabalgó hasta una granja que estaba a tres horas de la ciudad y que pertenecía a unos amigos árabes cristianos. Los había visto por última vez en 1905, pero los hombres la recibieron con gran cordialidad y la invitaron a pasar la noche allí. Eran altos y de hombros anchos, y tenían el corazón tan grande como el cuerpo; mataron una oveja en señal de hospitalidad, llenaron de arroz una fuente en honor de Gertrude y, como tres de sus hombres la habían abandonado por miedo, prometieron conseguirle camelleros y nuevos rafiqs (compañeros), que garantizaran su seguridad al pasar de un territorio tribal a otro. El calor de esta amistad hizo desaparecer el terror de Gertrude”. El fiel criado que desde entonces acompañó a Gertrude en todos sus viajes era un trabajador de mi abuelo que él le asignó para protegerla, un armenio llamado Fattuh al que Gertrude menciona a menudo en sus escritos: “El afable Fattuh, el alfa y omega de todo esto, el que se ocupa de cada detalle, aunque, en apariencia, nunca se aparta de mí”.

Al igual que Gertrude Bell, en la posada familiar se alojaban en calidad de invitados los numerosos viajeros que atravesaban sus propiedades, y que en algunas épocas superaron el centenar de visitantes diarios. Todos eran bienvenidos y a todos se ofrecía hospedaje en régimen de pensión completa y totalmente gratis, un gesto que valió a mis antepasados la fama legendaria de ser personas generosas y hospitalarias que perdura hasta nuestros días.