Los Gimeno, libro de memorias de Elisa Gimeno

Elisa Gimeno

Los Gimeno

  • Me llamo Elisa Gimeno Esteva, pero en casa me llamaban Elisabet, supongo que porque mi madre también se llamaba Elisa. Nací en Barcelona el 2 de julio de 1934 y dos años más tarde estalló la Guerra Civil. Mis primeros recuerdos son de la guerra, pero los recuerdos más felices de mi niñez son de los veranos en Cantallops, de un paseo en un Mercedes descapotable, el primer coche que mi padre compró, y de las tardes de domingo en que cantábamos zarzuelas en familia en la casa de la calle Sant Eusebi.
  • En la Seu pasamos aproximadamente los tres años que duró la guerra. Montse y yo íbamos a la escuela, que estaba en la misma calle de nuestra casa, algo más arriba. Cuando los republicanos empezaron la retirada, recuerdo ver pasar la gente que huía a Francia, familias enteras. Y recuerdo también que los bombardeaban. Cuando escuchábamos las sirenas mi madre nos hacía salir de casa e íbamos a un tipo de hoyo bajo un árbol y nos escondíamos allí, con un palo en la boca.
  • Los veranos de nuestra niñez duraban tres meses. Llegábamos a Cantallops cuando empezaba el batir del trigo y marchábamos después de la cosecha de la uva. Cantallops era un pueblo del Penedés de donde eran oriundos los Esteva. Nosotros éramos los únicos forasteros. Cuando llegábamos, todos los niños del pueblo nos venían a recibir porque éramos la novedad, una auténtica rareza. Allí no había veraneantes, no había nada fuera de las casas, en general humildes, los campos y los caminos… Y para mí era la felicidad.
  • Yo me casé porque me tenía que casar, no porque estuviera enamorada. Mis padres me influyeron mucho. Y él era muy insistente. Me dejé llevar. Mi madre decía que él era muy buen chico y de muy buena familia. Supongo que además mi madre no concebía la posibilidad que las hijas nos quedáramos solteras y debía de pensar, ¡ay, a ver si no la casaré! Quizás él hubiera querido que yo fuera una ama de casa, una mujer discreta como su madre, alguien, en todo caso, que no le hiciera sombra. Quizás que yo saliera a trabajar, que las cosas en la empresa me fueran bien mientras a él se le hundía un negocio detrás de otro era excesivo… pero yo nunca competí con él. Quizás era muy difícil para mi marido digerir que el hombre de negocios en aquella casa era yo y no él. Seguramente todavía hoy es difícil, y debía de serlo mucho más entonces. O quizás soy más difícil de convivir de lo que creo… O, simplemente, faltaba aquella admiración mutua que yo vi en el matrimonio de mis padres y no encontré en nuestra casa… Pero no sé por qué explico todo esto. Porque yo nunca me planteé separarme de él. Yo fui la esposa fiel y la madre que había prometido ser el día que nos casamos. Yo cumplí mi parte. Y no era para nada infeliz.